Sada Vrij es uno de los vecinos de los slums de Sigra. Allí vive con su mujer y con sus hijos Roshan y Amit, dos de los niños escolarizados por Semilla para el Cambio. Para este zapatero remendón, los más importante es que estos dos niños puedan tener un buen futuro. Y nos cuenta cómo su vida ha empezado ya a cambiar.
Desde la ventana de su clase, aupado en lo alto de un taburete, Roshan puede ver cada mañana a su padre. A la sombra de los árboles que dan acceso a la calle en la que se encuentra el centro de Semilla en el barrio de Sigra, Sada Vrij despliega cada mañana su particular sala de operaciones. Entre los vendedores ambulantes de granadas y papayas, los conductores de rickshaws y un reguero constante de estudiantes que van y vienen del colegio, este zapatero remendón de 30 años lo tiene muy claro. “No me importaría volver a pasar el día con medio chapati, lo más importante es que mis dos niños vayan a la escuela y luchen por su futuro”. Aunque aún tienen mucho camino por delante, Roshan (12) quiere ir a la universidad y formarse para ser “un buen doctor”, mientras que su hermano pequeño, Amit (10), aspira a convertirse en “un policía para proteger a los que tienen menos recursos”.
El caso de Sada Vrij refleja una transformación invisible que está produciéndose en el seno de las comunidades beneficiarias de Semilla para el Cambio. Los hombres siempre han sido el eslabón más reticente a involucrarse en los diferentes proyectos de la ONG. Hasta ahora, las mujeres han sido las únicas representantes de los slums de Sigra que participaban en las reuniones y en los talleres organizados por Semilla. Sin embargo, algo está cambiando y Sada Vrij, junto con una docena más de padres, han empezado a interesarse por la educación, la salud o la alimentación de los suyos. “La vida de mi familia ha cambiado desde que mis hijos acuden a la ONG, nos hablan de temas que nunca habíamos escuchado hasta ahora”, nos cuenta orgulloso.