En 2013, Ángeles Martín se encontró por casualidad con un anuncio de voluntariado internacional en una red social. No conocía a la ONG convocante, pero tras informarse a través de la red decidió presentarse al proceso de selección. Unos meses más tarde estaba en Varanasi (India) como voluntaria del programa educativo de Semilla para el Cambio.
No era su primera experiencia como voluntaria, antes ya había hecho voluntariado con la Oficina Municipal de Voluntariado de Vigo (su ciudad natal) y con Médicos del Mundo, pero sí fue su primer contacto con la cooperación internacional. Estuvo tres meses en Varanasi, compartiendo el día a día con María Bodelón (fundadora de la ONG) y con el equipo de la contraparte local, Seed for change. Y a su vuelta a España, decidió seguir colaborando y puso en marcha un grupo de voluntarias en Vigo, que coordina desde ese 2013. En el Día Internacional del Voluntariado nos habla de su experiencia.
Has sido voluntaria de Semilla en India y en España, ¿qué diferencias hay entre uno y otro voluntariado?
En el ámbito de la Cooperación internacional, tener la oportunidad de visitar los proyectos en terreno te acerca a la realidad social sobre la que trabajan las ONG. Vives en primera persona las problemáticas a las que se enfrentan, tratas directamente con los beneficiarios/as y ves con tus propios ojos los avances y resultados. En este sentido, creo que la implicación personal se multiplica.
Sin embargo, aunque suene raro, creo que el voluntariado en España exige de un mayor compromiso y convicción personal, precisamente porque, aunque no hayas tenido la oportunidad de ver el proyecto con tus propios ojos, trabajas para sensibilizar y movilizar a la población ante la desigualdad y la justicia social. Te conviertes en agente de cambio y , en este sentido, creo que deberíamos dar más valor al voluntariado local.
¿Qué significa para ti el voluntariado, qué te aporta?
El voluntariado es un gran intercambio. Nos permite aportar nuestro saber y nuestro buen hacer, al tiempo que nos proporciona conocimientos, nuevas experiencias y nos convierte en miembros activos de una sociedad civil comprometida con la justicia social. Es una gran experiencia de aprendizaje a todos los niveles.
En mi caso por ejemplo, me ha permitido crecer profesionalmente y conocer a personas que ahora forman parte de mi vida. Soy educadora social por vocación, pero no he podido dedicarme a ello profesionalmente. Sin embargo, a través del voluntariado en Semilla para el Cambio y otras organizaciones, he tenido la oportunidad de desarrollar esta faceta. Ha sido una llave que me ha abierto grandes puertas y que sin duda me ha acercado a personas y proporcionado experiencias increíbles, a nivel profesional y sobre todo personal.
Lo más bonito de esta labor, es ver como pequeñas acciones que llevamos a cabo aquí (asistiendo a una cena solidaria, participando en jornadas temáticas, difundiendo contenido o vendiendo regalos solidarios) influyen directamente en la mejora de las condiciones de vida de otras personas a miles de kilómetros de aquí. Como decimos entre los voluntarios/as de Semilla: un efecto mariposa en positivo.
¿Trabajar sobre el terreno cambió tu visión de la cooperación?
Sí, supuso para mi romper con muchos tópicos y creencias sobre el desarrollo, las diferencias culturales, la antigua visión asistencialista de la cooperación y, sobre todo, la imagen del voluntario que va a “salvar” el mundo. En definitiva me sirvió para cuestionarme a mi misma y replantearme muchas cosas.
Tras volver de India creaste el grupo de voluntariado de Semilla en Vigo, ¿cómo surgió esta idea?
Antes de volver de Varanasi, hablé con María Bodelón y ella me animó a hacerlo. A mi regreso lo comenté con mi círculo cercano y a través del boca a boca se animaron otras personas. Recuerdo perfectamente aquella primera reunión en la cafetería de un centro comercial, en la que ni siquiera sabíamos muy bien que hacer. Pero eso fue en 2013 y muchas continuamos juntas desde entonces.
¿Cómo es el grupo de Vigo y cómo funciona?
Somos un equipo multidisciplinar de 8-10 voluntarias que venimos de diferentes ámbitos: educación, enfermería, comunicación… Nos complementamos muy bien y ser de diversos campos nos ayuda a la hora de organizar eventos o llevar a cabo nuevas iniciativas. Es cierto que es una labor que compaginamos con nuestros respectivos trabajos y vida personal, y a veces es complicado organizarse, pero procuramos hacer una reunión trimestral para ponernos al día y planificar acciones.
En este sentido creo que la figura de un coordinador nacional de voluntariado y la mejora de la comunicación entre los grupos de las distintas ciudades ha sido una fuente de motivación extra. Poder participar en eventos simultáneos en todas las ciudades, como Yoga para el Cambio o las cenas solidarias, ha sido muy gratificante.
Con el tiempo, tanto dentro del grupo como con el equipo en general de Semilla, hemos ido forjando una relación personal más estrecha que valoro muchísimo. También tengo que mencionar a nuestras familias, amigos, compañeros de trabajo y a nuestro entorno en general que, aunque no sean voluntarios reconocidos, siempre están ahí para apoyarnos.
¿Qué crees que es lo que mantiene el compromiso de los voluntarios, en una sociedad en la que el tiempo es tan escaso y casi todo se mira en términos económicos?
Creo que para que haya compromiso es fundamental que los voluntarios se sientan partícipes del proyecto y auténticos protagonistas de la labor de la ONG. Es la base de una relación bidireccional, en la que la persona voluntaria aporta su saber hacer y lo más valioso: su tiempo. Y la organización le da valor a su trabajo, proporcionando los medios necesarios, haciendo seguimiento, reconociendo su labor y desarrollando nuevas experiencias de aprendizaje e intercambio.
La comunicación y la transparencia son cuestiones fundamentales, la base para que la relación voluntario-organización funcione. Y esa es una de las cosas que más valoro de Semilla, que también ha ido evolucionando, dando un papel muy relevante al voluntariado y desarrollando acciones que van mucho más allá de la recaudación de fondos, buscando una auténtica transformación social.
Creo que al final te compensa, aunque no sea en términos económicos. Yo puedo decir que muchas veces me he sentido más realizada o gratificada realizando una acción como voluntaria que desempeñando algún trabajo en una empresa en la que me pagaban. Simplemente porque es algo en lo que creo y me gusta.
Alguna vez hemos comentado en el grupo que el voluntariado es “el trabajo mejor pagado del mundo”, y es que más allá de la utopía, es ahí donde radica el éxito, en dedicar tu tiempo a algo o alguien porque realmente quieres.
Conoces la ONG desde hace muchos años y recientemente has vuelto a Varanasi, ¿cómo has visto la evolución?
Volver a India ha sido muy emocionante. El reencuentro con Varanasi y los proyectos de Semilla ha sido muy especial. Me hizo especial ilusión visitar el taller de artesanía del Programa de Mujer, porque durante mi estancia en 2013 comenzó a plantearse y ahora ya es toda una realidad. También reencontrarme con los niños que han crecido un montón, y con profesoras con las que trabajé a diario durante mi estancia en India. Revivir aquella etapa ha sido un regalo.
Y he visto una evolución muy positiva: ha mejorado la infraestructura de la organización, ha aumentado el personal local y cada vez se llega a más beneficiarios/as a través de un programa de desarrollo integral. Este crecimiento paulatino y responsable es un motivo más para continuar empoderando a la comunidad de forma que ellos mismos sean los protagonistas del cambio.
A menudo, como voluntaria en el ámbito de la cooperación internacional, percibo cierta desconfianza social sobre el destino de los fondos de las organizaciones o el alcance real de los proyectos, por eso creo que poder contarlo en primera persona es una gran oportunidad. Creo que no debemos escudarnos en el escepticismo para no pasar a la acción.
Decía Galeano que “mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”. Seamos gente pequeña.