“Éramos muy pobres. Mi marido se contagió de hepatitis y tuvo que dejar de trabajar. En aquél entonces, yo tampoco tenía trabajo en la aldea, así que decidimos migrar”. Baisun, empleada de Semilla para el Cambio, nació en una pequeña aldea al norte de Bengala occidental. Sin trabajo, con un marido enfermo y con dos hijos en edad escolar, decidió dejar atrás su hogar natal y, junto con su familia, emigrar a Varanasi en busca de una vidamejor.
En el caso de Marina, artesana de Marina Silk, fueron sus padres los que un día decidieron hacer las maletas y asentarse en un nuevo lugar, soñando con encontrar un trabajo y construir un nuevo hogar. Pero al llegar a Varanasi sin recursos, se vieron forzados a instalarse en uno de los siete slums de Sigra, donde años más tarde, nacería Marina.
Coincidiendo con la celebración del Día Internacional del Migrante, en Semilla para el Cambio queremos recordar a todas aquellas personas que un día se vieron en la necesidad de dejar atrás su hogar y empezar una nueva vida. En nuestra ONG trabajamos día a día con ellos, por eso queremos contaros sus historias.
Como Baisun o Marina, alrededor de 1000 familias conviven hoy en varias pequeñas comunidades marginales de emigrantes en el barrio de Sigra, en Varanasi. La mayoría son procedentes de aldeas rurales del estado indio de Bengala occidental, fronterizo con Bangladesh. Hace unos años se asentaron en Varanasi en busca de una vida mejor pero acabaron malviviendo en ´slums´ o zonas de chabolas en condiciones totalmente insalubres.
En India, cerca de dos de cada diez indios son migrantes internos que se han trasladado a otros estados o regiones del país; un porcentaje relativamente elevado si se tiene en cuenta que India alberga una población de más de 1,2 mil millones de habitantes. Según datos del Censo indio de 2011, más de dos terceras partes de la población total (69% de los ciudadanos) vivían en áreas rurales y, hasta la fecha, alrededor de 191 millones de personas habían migrado hacia zonas urbanas en busca de oportunidades laborales.
Al llegar al nuevo destino, estas personas deben hacer frente a innumerables desafíos en un país cuya diversidad cultural y de idiomas es vertiginosa y donde la búsqueda de un buen empleo se convierte en un sueño difícil de alcanzar. Por ejemplo, el acceso a necesidades básicas como el alojamiento, la sanidad, la educación o servicios sociales está muy limitado y a veces es hasta prohibitivo. Esta situación hace que muchas personas que se trasladan a las urbes en busca de oportunidades se vean arrastradas a malvivir en barrios marginales, como fue el caso de las familias de Marina y Baisun y de los 68 millones de indios que en 2011 vivían en slums.
Ante este panorama y frente a una limitada respuesta de los gobiernos indios a la migración interna y sus consecuencias, son las diversas organizaciones de la sociedad civil de la India, entre las cuales se encuentra el sector no gubernamental, las que llevan a cabo un papel activo en la lucha por garantizar una calidad de vida a estos colectivos, llenando el vacío presente en los servicios de bienestar social, la educación y los derechos laborales.
Los proyectos de Semilla mejoran la calidad de vida de las comunidades de slums
Semilla para el Cambio es una de las diversas ONGs que trabajan cada día por la mejora de las condiciones de vida y el futuro de las personas migrantes. En 2011, Semilla empezó su labor en los slums del barrio de Sigra, en Varanasi, habitado por familias de migrantes musulmanes dedicados principalmente a la recolecta de materiales reciclables para su posterior reventa y a conducir ´rickshaws´, un medio de transporte tirado por la fuerza humana. Con estas ocupaciones se gana menos de 2 euros al día, lo que resulta un salario ínfimo para familias compuestas por más de 5 y 6 miembros.
Este era, por ejemplo, el caso de Marina: “Antes recogía papel y plástico, como habían hecho mis padres, y de vez en cuando limpiaba las casas del barrio por unas pocas rupias al mes. Entre el salario de mi marido, conductor de rickshaw, y el mío no llegábamos a 400 rupias al mes y por aquel entonces teníamos 3 bebés que mantener”.
Además, cuando Semilla comenzó su labor, más del 90% de los habitantes de estas comunidades eran analfabetos, no tenían acceso a los servicios sanitarios por desconocimiento, y pocos niños y niñas estaban escolarizados, dado que la falta de recursos y la situación de extrema pobreza derivaba en la necesidad del trabajo infantil, presente en todas las familias.
Mazida, hoy artesana de Semilla para el Cambio, nunca antes había tenido un trabajo, no sabía leer ni escribir y tampoco hablaba hindi. Mientras su marido salía en busca de materiales reciclables, ella se quedaba en la chabola haciendo las tareas del hogar. “Sólo podíamos permitirnos comprar arroz y daal (plato básico de la dieta india, hecho a base de lentejas) para comer y nunca estrenaba ropa nueva”.
La situación defamilias como la de Marina y Mazida que, por su condición de migrantes, sin recursos y de tradición de traperos, no tenían posibilidad de acceder a otra profesión, fue lo que empujó a la ONG a actuar e implementar los programas de Educación, Nutrición, Sanidad y Empoderamiento de la Mujer y, de alguna manera, lograr cambiar sus vidas.
Cinco años después, “las familias de estas comunidades han podido integrarse cada vez más en la sociedad que les rodea”, señala Virat Gautam, coordinador de proyectos de Semilla para el Cambio. “Gracias a los proyectos, las mujeres han aprendido a leer y escribir en las clases de alfabetización, ganan un sueldo digno trabajando en los talleres de artesanía de la ONG, con el que mantienen a toda la familia, y sus hijos e hijas se benefician del Programa de Educación, recibiendo una buena enseñanza. Su calidad de vida ha mejorado”, añade.
Baisun, ayudante de cocina y artesana del taller de costura, que llegó con su marido enfermo de Hepatitis y quien a sus 35 años ya ha visto nacer a su primer nieto, cuenta: “ahora me siento más segura viviendo en el slum. Tengo un trabajo que me gusta y con el que puedo ahorrar y no me preocupo tanto cuando enfermamos porque podemos ir al médico y conseguir tratamiento. Además, mis hijos reciben una educación que les ayudará a tener un futuro mejor”.
En el caso de Marina, que nació, creció y ha formado una familia en el slum, colaborar con Semilla para el Cambio “ha supuesto un gran cambio para mi vida y la de mis hijos e hijas”. Ahora tiene tres hijos y dos hijas que se benefician del Programa de Educación y reconoce que es una “gran oportunidad” para su futuro porque “no me gustaría que dentro de unos años viviesen la vida pobre que he vivido yo. Semilla les está dando la oportunidad de tener un buen trabajo, como me lo ha dado a mí, y sobre todo una vida digna”.
Para Mazida, Semilla para el Cambio también le ha dado un giro a su vida: “No solo he aprendido a leer y a escribir, sino que además he aprendido el oficio de coser. Ahora tengo un trabajo como artesana, cuyo sueldo nos permite a mi marido y a mí comer bien y variado y con el que hemos podido ahorrar para comprarnos, más adelante, un terreno donde construir una casa para toda la familia”. Sin embargo, Mazida sueña algún día con volver a su aldea natal donde le esperan sus hijos pequeños. “Les hecho mucho de menos y me gustaría que estuvieran aquí conmigo”. Pero confiesa que ahora no es el momento de volver porque “allí no tendría la vida que tengo aquí: no tendría un trabajo, ni un lugar como Semilla que me acogiese”.
Y es que dejar atrás el hogar y la familia, y salir en busca de oportunidades que brinden a uno una mejor vida, nunca es sencillo. Por eso, en Semilla para el Cambio queremos dedicar el día de hoy, 18 de diciembre, Día Internacional del Migrante, a todas aquellas personas que un día se vieron en la necesidad de dejar atrás una vida y empezar una nueva.